ENSAYOS SOBRE REVOLUCIÓN Y UTOPÍA PARA UNA OLIMPIADA FILOSÓFICA DE CASTILLA Y LEÓN


Felicitaciones para el trabajo de los estudiantes  de esta Escuela de Arte.
Ocho  han sido los participantes este año en el programa propuesto para el alumnado de Bachillerato, que no era otro que la realización de un ensayo sobre el tema: 

Revolución y Utopía.

También en la modalidad de fotografía, sobre el mismo tema, han participado dos alumnos/as. 

El ensayo de Victoria Santos Calvete ha sido el seleccionado para la fase final. Con él comenzamos esta serie de reflexiones sobre  sombras y utopías,  pequeños territorios revolucionarios que se agolpan en silencio, a veces, en los instantes más hermosos de nuestra cotidiana existencia. ¡Gracias María  por tus inquietantes viñetas!                                                     




REVOLUCIÓN Y UTOPÍA
“Nadie puede ser espectador en un teatro revuelto”


En astronomía, se denomina revolución al movimiento que realiza un astro completando su órbita. De alguna manera, podría usarse como símil a la connotación socio-política de esta palabra: una revisión - ya sea a alta velocidad o paulatinamente - de nuestra “órbita”. Se trata de contemplar, detectar y resolver los baches que encontramos. Pero ¿qué ocurre? No es un único planeta (individuo) el que permanece girando (viviendo) en la órbita (contexto social y político), sino un conjunto de astros. Además, existe otro inconveniente clave: la dificultad y la destrucción de una rutina anterior en la que algunos cuerpos celestes se sienten cómodos, añadido al riesgo de explosiones (conflictos y violencia). Para que se dé una revolución ha de existir un consenso entre los habitantes de la órbita, un ansia por el mismo cambio y la garantía de que la lucha y el sacrificio darán sus frutos. La revolución es un acto y como tal, no se da por ciencia infusa si no que necesita de una “causa eficiente” que lo provoque. Esa causa eficiente son las manos alzadas, los puños colmados de rabia y el corazón revuelto y agitado de cada individuo.

Existen, en cuanto al pensamiento, dos tipos de personas: el “yo” individual y el “yo” que forma parte de un colectivo en un contexto y que tiene conciencia de ello. Todos somos ambos, y sin embargo, cada uno actúa diferente. ¿Qué quiero decir?:
El “yo” individual, entregado a una filosofía fiel al “carpe diem”, al disfrute del presente, del momento, no contempla la posibilidad de un cambio, sino que él mismo se modifica para adaptarse: camaleones sociales, acepta lo que existe, el ahora y disfruta de ello. Este pensamiento deshace casi por completo la idea de una revolución: ¿No es acaso la revolución una lucha por un futuro mejor? ¿Un “yo” individual, cuyo objetivo es el disfrute del presente, invertiría su tiempo, su vida, en mejorar el futuro? Pero, ¿el futuro realmente es? ¿No es acaso uno de los sustantivos más abstractos de nuestra lengua?
Pongámonos en situación: existe (como es cierto) la necesidad de un cambio, pero la lucha por ese cambio supone el sacrificio del presente, del tiempo que poseemos (que además, no sabemos cuánto es). Entregamos nuestra vida a la revolución y cuando, por fin, la situación que pretendíamos mejorar cambia, nuestro tiempo se ha acabado. Es cierto que no habría sido en vano, debido a que las siguientes generaciones disfrutarían de los frutos que crecieron de la lucha, pero ¿y nuestra vida?
Podría decirse, sin casi cuestionarlo, que se trata de egoísmo, de un enfoque demasiado individual, pero ¿realmente no somos nosotros lo único imprescindible de nuestra propia existencia? Volviendo a la analogía astronómica: la vida, de cualquier individuo, es el Sistema Solar. Es, por tanto, el propio individuo el Sol, sin el cual su vida no existiría. Solo si el Sol se apaga, solo si el Sol se esfuma y desaparece, ese Sistema queda aniquilado. Pueden variar los planetas, los cuerpos que giran en torno a él (amigos, familiares, conocidos… cada cual a una distancia, cada cual recibiendo una cantidad de luz concreta) e incluso la situación, el lugar del universo donde se encuentra (la ciudad, el país, el año…) pero solo y únicamente si el Sol desaparece, desaparecerá el Sistema. ¿Cómo podemos convencernos de que merece la pena invertir nuestro tiempo en una lucha por el resto, por el futuro, por un cambio del que no sabemos si formaremos parte?
Aquí podemos observar la clara diferencia entre “utopía” y “revolución”. La “revolución” trae consigo la agitación, se trata de algo más real, palpable, sensitivo…Un sustantivo del que poseemos ejemplos históricos, ejemplos que han traído consigo consecuencias y que pueden verse y que, además, relacionamos -desgraciadamente- con palabras como “violencia”, “lucha”, “guerra”... La revolución “agita” el alma y nos aleja de la “ataraxia” y el placer hedonista. Nos arrastra y nos separa de ese estado de tranquilidad, de calma, de “felicidad”. Sin embargo la “utopía”, como plan ideal o deseo que es improbable o directamente irrealizable, no provoca revuelo. La utopía es, a lo sumo, la musa de un sueño de futuro, una meta a la que no se pretende llegar, sino acercarse lo máximo posible y que, por tanto, evita la agitación. A la utopía como plan suelen sobrarle lagunas, lagunas que vienen impuestas por la concepción que tenemos del ser humano, de su corrupción y su maldad, que muchas veces no es maldad sino egoísmo o deseo del bien individual por encima de la simple comodidad en el colectivo. Lagunas que pueden provenir también de la costumbre y de la tradición, del miedo a un cambio radical en el que no creemos del todo. Pensar en un futuro utópico es pensar, nada más. Es por esto que es realizable por un “yo” entregado al disfrute del presente: a todos nos gusta soñar y construir castillos de arena, pero no todos somos capaces de idear un sistema para convertir la arena en algo sólido, indestructible.
La modificación de un plan utópico en un plan realizable es posible (puede que no probable, pero posible). Pero, ¿es la revolución una utopía? No. La utopía es el objetivo que se alcanzaría, supuestamente, tras la revolución, pero esta es un proceso:
Es seguro que si se nos propusiera, si existiera la posibilidad, de un cambio como “por arte de magia”, sin la lucha anterior que requiere, aceptaríamos sin duda. Existen gran cantidad de utopías, de futuros de ensueño, que serían posibles si se implantaran de repente, si, por ciencia infusa, cambiara nuestra mentalidad, la sociedad, la organización del mundo… Pero todo cambio necesita de un proceso previo. Este proceso previo es la propia revolución y nadie puede ser espectador en un “teatro revuelto”.
La revolución nos afecta y de ella necesitamos formar parte todos. ¿Estaría justificado “callar” a los contrarios, a los que se oponen o no quieren formar parte de un cambio que desea la mayoría? ¿El fin justifica los medios y Maquiavelo tenía razón? Es difícil afirmar que sí, que la violencia está justificada siendo una persona pacifista pero, ¿realmente un cambio tan profundo y radical como el que supone una revolución social y política puede desarrollarse sin violencia? Uno de los “atributos” más característicos de la sustancia humana es la capacidad de razonar, de pensar y de ser conscientes de ello. Esto genera una gran diversidad de opiniones entre los habitantes de un mismo lugar, y si, lo que se pretende es un cambio de ese lugar, de ese “topos”, es muy difícil, casi imposible, que todos los que forman parte él lleguen a un acuerdo. Pero, si un cambio es realmente bueno para toda la comunidad, ¿no sería posible persuadir a los contrarios? Desafortunadamente, me arriesgo a afirmar que no: un cambio para el colectivo supone igualdad de condiciones para todos, una mejora de la totalidad. En todas las comunidades (desiguales) hay privilegiados que pertenecen a una clase, género, raza más beneficiada que el resto o  a los que, simplemente, “les va bien”. De estos privilegiados, existen algunos capaces de razonar, de convencerse de que merece la pena igualarse, equilibrar las condiciones, la situación. Hay otros que no estarían tan a favor. Sin embargo, ¿cómo podríamos evitar una revelación de los contrarios a la revolución? ¿Sería justo imponer el pensamiento de la mayoría sobre la minoría descarrilada? Y, en tal caso ¿cómo?
En mi opinión, la violencia como tal no está justificada pero es innegable que si se requiere un cambio cuyo objetivo sea la igualdad social, racial, de género, económica, etc, es necesario un consenso y, para lograr ese consenso se debe convencer y eliminar la existencia de una opinión contraria. Ha de conseguirse un método a través del cual, eliminar no sea sinónimo de aniquilar y convencer no equivalga a imponer.

Parece que existen demasiados inconvenientes para la revolución,  para el acercamiento a un lugar más utópico, al ideal. Factores como la diversidad de opiniones, el egoísmo, el tiempo, el sacrificio, la lucha... nos alejan de la posibilidad de un cambio profundo, porque, para que un cambio de este tipo llegue, es necesario un proceso que requiere, como casi todos, esfuerzo; un esfuerzo común. Sin embargo, existe una posibilidad: hacer de la revolución un placer y del objetivo, una sociedad en la que el ser humano se sienta pleno. La cumbre del placer individual se encuentra en un contexto libre, tolerante, donde se cultive la cultura, la igualdad y la diversidad. Donde podamos tener cubiertas nuestras necesidades más básicas, aquellas que conforman la base de la pirámide de la autorrealización de Maslow y que nos otorgan la posibilidad de seguir escalando.
Si hacemos de la revolución un proceso placentero, libre de conflictos, en el que se aprecien, nada más comenzar, los cambios...  Si nos damos cuenta de que para alcanzar la plenitud necesitamos un lugar que nos lo permita…
L@s feministas disfrutan de luchar por la igualdad, porque creen en ella, porque la revolución feminista, aunque debe formar parte de nuestra vida en su totalidad, no elimina el resto, sino que lo mejora. No existe una distinción entre el espacio temporal dedicado a la lucha y la vida, porque la vida es la propia lucha y luchar por la igualdad es el placer.
Este es el tipo de revolución más pragmático, más palpable en la sociedad en la que vivimos hoy: un proceso paulatino, gradual, que contribuye a la plenitud del individuo y que pretende eliminar lo negativo y sustituirlo por algo positivo, ideal, utópico. Un proceso libre de violencia, de conflictos y realista, para que todos seamos capaces de tener fe y creamos en la posibilidad de hacerlo visible. Una revolución que no nos prive de disfrutar de las cosas más “banales” de la existencia humana, que sea pero no esté en toda nuestra vida.      

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