FINALISTA DE LA XIV OLIMPIADA FILOSÓFICA DE CASTILLA Y LEÓN

El ensayo sobre "realidad y apariencia" de Moisés Carrera, alumno de segundo curso de bachillerato, ha sido seleccionado para participar en la final, a celebrar en Salamanca, los días 29 y 30 de marzo. Nuestra más entusiasta felicitación, extensiva a todos los alumnos y alumnas de la Escuela que participaron en esta XIV edición de la Olimpiada Filosófica de Castilla y León, tanto en la modalidad de ensayo como en la de fotografía.
Comenzaremos publicando el ensayo seleccionado. En semanas sucesivas iremos publicando otros trabajos, también presentados a la mencionad Olimpiada.
La fase final consistirá en la realización de otro ensayo junto a los veinte seleccionados de todos los Centros participantes en esta edición. Tres de los ensayos serán los elegidos para llevarse el primer, segundo y tercer premio del certamen. Para   dirimir el orden, aparte de la puntuación asignada por los correctores, deberán defender su ensayo en público, ante todos los asistentes, y responder a las preguntas de un tribunal. 
Merece la pena señalar que este año la final ha sido muy reñida, por la cantidad de trabajos presentados en toda la comunidad, doble mérito para Moisés el haber sido seleccionado.


Título: Baile de máscaras
Autor:  Moisés Carrera

¿A qué denominamos realidad y a qué apariencia? Esta cuestión arroja al pensador a un tal vez infinito abismo de dudas, si bien pueda parecer algo trivial o incluso inútil en la vida cotidiana, la realidad y la apariencia es una de las bases de la filosofía sobre la que se sustentan innumerables ideas, teorías y conceptos.Volviendo a la cuestión inicial, ¿qué separa ambos conceptos?, ¿existe una diferencia de valor entre uno y otro, y si la hubiera, es algo intrínseco o requiere de un factor externo?Tal vez la apariencia se oponga a la realidad, o acaso no sea esa creencia sino una realidad aparente, pues, ¿cómo puede un concepto surgir de su antítesis?, ¿no es acaso la antítesis una perspectiva forzada, concebida como excusa para imponer una verdad nacida del deseo de sí misma y del deseo de una jerarquía de valores? Un reduccionismo con el propósito de concebir un terreno sobre el que plantar un inmenso árbol de ideas, pero el terreno no es fértil y las pocas ideas que florecen maduran hasta la podredumbre.

Para empezar debemos definir los límites del concepto de realidad y de apariencia. La realidad es algo que es, y por tanto no puede no ser, ya que cuando algo no es, existe el no ser, lo cual es una existencia en sí misma. Sin embargo, la apariencia es algo que parece ser otra cosa que no es, algo oculto, artístico, un recurso literario a la lectura de la vida y la realidad; al igual que un símbolo, oculta una realidad distinta a la que le es ofrecida al lector poco hábil, y matizo su belleza artística para demostrar que aquello que está oculto no se trata necesariamente de una insidia y, desde luego, no debemos verlo como tal. La filosofía se ha dedicado durante siglos, intencionadamente o no, a la deconstrucción de la verdad, si contemplamos la apariencia como un engaño malintencionado caemos en el error de juzgar una verdad, construimos el bien y el mal, y nos convertimos en abogados de nuestras ideas, negando así no solo la realidad, sino aquello que nos hace humanos, el pensamiento.

Sintetizando la información anterior, la realidad es el conjunto de seres, lo que es real, lo que es; mientras que la apariencia es una verdad que oculta a otra verdad, realidad tras realidad, Ser tras Ser. Pero¿Cuál es la esencia de la realidad? La realidad es algo en sí mismo, su sustancia y su diferenciación ante la apariencia es la infinitud, la realidad es infinita en forma y tiempo y es su relación con el ente observador la que crea la apariencia, la cual no es ahora la verdad que oculta otra verdad sino que es la verdad que se opone entre el sujeto y la infinitud de la realidad para poder así entender la realidad, claro que esto ofrece un problema, al igual que pasa en el lenguaje, construimos una nueva realidad (el conjunto de las apariencias) reducida a partir de la inconmensurable realidad total; del mismo modo, creamos palabras que encierran conceptos, pero se pierde la escala de grises que se halla entre concepto y concepto y las infinitas ideas que subyacen tras éste, creamos, en otras palabras, nombres comunes, a pesar de las infinitas diferencias que hay entre una silla y otra, entre persona y persona, y no solo la diferencia entre dos seres diferentes, sino también entre un mismo ser en tiempos y espacios diferentes, la diferencia de la luz de las 13:23 y la luz de las 13:24, la diferencia entre tú lector, al comenzar este texto y tú lector, en este instante. Ya no solo parece ridículo el concepto de nombre común, incluso mi nombre propio designa a la totalidad de mi ser, pero éste está siempre en continuo cambio. No es algo que podamos evitar, ni sea de hecho necesario, pero lo que sí podemos y deberíamos evitar es el conflicto maniqueo que surge de la simplificación y reducción de los conceptos en el lenguaje y en la propia realidad que se extiende hasta el moralismo.La simplificación de la realidad en apariencias es necesaria para el pensamiento y en cierta medida, lo es también en la epistemología, en cómo construimos el propio pensamiento, pero, ¿hasta dónde puede alcanzar nuestro conocimiento? Vemos el conjunto de apariencias como realidad porque no podemos entender la realidad en sí misma, y sin embargo, el pensamiento y el conocimiento tiene en la mayoría de ocasiones un propósito teleológico: la verdad, pero, ¿cómo?, ¿encontrar la verdad a través de la reducción de sí misma?, y es más, ¿por qué la verdad y no la mentira?, ¿por qué la realidad y no más bien la apariencia? Nosotros mismos construimos nuestra propia identidad, nuestra persona, nuestra máscara, según aquello que nos parece que la gente piensa sobre nosotros, incluso la apariencia está en constante cambio, es tan solo una interpretación de una de las infinitas posibles realidades. Vivimos en un precioso baile de máscaras, esclavos del ritmo de nuestra pareja paseamos nuestros pies grácilmente a través del salón, pero puestos a entregarse a la absurda danza, ¡suban la música!

La apariencia oculta la infinitud de la realidad, pero somos parte de la infinitud, y la apariencia acaba siendo por consecuencia igual de infinita, porque la apariencia está sujeta al observador, que no observa sino a través de una máscara, de su identidad, un filtro que cambia en relación a su entorno, la línea entre realidad y apariencia se disuelve en una dialéctica entre el sujeto del objeto del cual es objeto el sujeto y el objeto del sujeto del cual es sujeto el objeto. Esto no quiere decir que la apariencia sea lo mismo que la realidad, pues, aunque esta esté en continuo cambio, no alcanza la infinitud total de la realidad, la apariencia acaba allí donde acaba la consciencia, lo que no percibimos no existe, ya que la apariencia necesita un ente observador que la califique; si yo veo una flor que me parece bonita, esa calificación es perfectamente válida, en la relación entre el ente y la flor, la belleza es una realidad subjetiva, algo comúnmente denominado apariencia, ya que si otra persona percibe rebeldía frente a la misma flor, yo diré que a esa tercera persona la flor le parece rebelde, es innegable mi relación de belleza para con la flor y la relación de rebeldía que tiene esa otra tercera persona con la misma flor, y hablo de relación porque para que surjan percepciones tan diferentes entre sí, no puede ser que sea la flor la única que está siendo observada, para observar a la flor primero debe ser la flor la que nos observe a nosotros, cuando observamos algo, parece que ese algo nos devuelva la mirada, produce en nosotros un cambio debido a que toda observación consciente y con el propósito de calificar o definir convierte a ese algo en un espejo, la flor no tiene la capacidad de ser bonita, soy yo como ente observador el que me proyecto a mí mismo en la flor y reflejo mi identidad a partir de ella para calificarla. Bailo con la flor, la partitura sube y baja en cascada marcando el tempo con su nombre. La flor solo refleja luz, la belleza no es por tanto una cualidad de la flor, sino una cualidad de mi propia relación con la flor. Teniendo esto claro se puede afirmar que la esencia de la realidad sigue siendo la infinitud, y la esencia de la apariencia es la voluntad de poder, la imposición de la apariencia, del significado, sin la cual no podamos tal vez sino dejar de ser humanos, nada está exento de la naturaleza de creación de nuestra especie. Cuando miramos dentro del abismo suficiente tiempo es el abismo el que acaba por mirar dentro de nosotros, pero ¿no somos nosotros el abismo? Pese a todo y por suerte, los pensamientos son libres de pasearse por nuestra cabeza.

En definitiva, la realidad se construye para sí misma en la infinitud del conjunto de seres, y la apariencia es una construcción basada en la imposición de una realidad que surge de la relación entre la propia realidad y el observador activo, el cual construye la apariencia según lo que percibe a través de la realidad en relación a cómo se percibe a sí mismo a través de esta. Es curioso cómo nuestra capacidad de adaptación no se limita a la evolución biológica y la transformación del entorno, sino que también evoluciona el pensamiento y se adapta constantemente según cada circunstancia que sea capaz de cambiar algo en nuestra percepción.

Espero que mi pensamiento siga bailando sin descanso al igual que ha ocurrido a medida que he escrito este texto, pues lo más real que tenemos es la capacidad de pensar, “omnibusdubitandum”.

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