SERIE DE ENSAYOS SOBRE EL TEMA: REVOLUCIÓN Y UTOPÍA. DE IRENE MOZO Y FOTOGRAFÍA DE NATALIA SASTRE

 Irene Mozo nos muestra con fuerza y entusiasmo su perspectiva combatiente sobre la tensión revolución y utopía y su  siempre dinamizador desencuentro que, como ocurre con la antinomia planteada por Kant entre la insociable sociabilidad, sirve como motor en la  la historia de la humanidad.



                                                                              Fotografía: Natalia Sastre
REVOLUCIÓN Y UTOPÍA 
                    
Con el insomnio de la democracia, la palabra Revolución es a menudo calificada de populismo demente. Pero muy lejos de ser una utopía, la revolución no solo es necesaria sino inevitable. La especie humana aspira a una sociedad nueva a la que pretende llegar mediante la revolución. Para acceder a este cambio, necesitamos analizar exhaustivamente la realidad para crear debates que estudien los procesos y alternativas a los viejos sistemas. Alternativas nuevas para épocas nuevas, que para triunfar deben ajustarse a unos valores afianzados en la sociedad. Y estos, deben responder al bien común y a la autorrealización individual. Con la afirmación anterior se deriva la idea de revolución constante, de tal manera que va cambiando la sociedad avanzando hacia la utopía, acercándonos a ella.

Todos los sistemas son válidos si se adecuan a una mentalidad sana de la población. Pero surge aquí una contradicción, ya que si un sistema permite la injusticia, terminará corrompiendo la ética del pueblo. Por eso, es imposible imponer un sistema basado en la solidaridad si hemos sido educados en el egoísmo, porque fracasará. Cuando, mediante una revolución que renovaba el aire político, pasamos del inmovilismo de clases _donde nadie podía ascender_ a un sistema en el que la riqueza se puede conseguir por mérito, el llamado capitalismo se concibió como una liberación. Pero este sistema imperfecto involucionó y se potenció la meritocracia oscureciendo otros valores. Así se restablecieron las posiciones inmóviles, instaurándose la ética maquiavélica de que todo vale, no importa cómo, solo llegar arriba. Y, aunque para atenuar esta insensibilidad se presupuso que todo el que llegaba era por su esfuerzo, sin tener en cuenta otros factores, lo cierto es que el sistema ha terminado por agotarse.
La revolución pues, se sucederá en la historia de manera inevitable hasta llegar al proyecto ideal, de carácter utópico que no solo funcione en la práctica sino que garantice que no se puede llegar al punto de retorno. La utopía siempre es revolucionaria porque parece irreal; no obstante, se acerca cada vez que se avanza. En el contexto actual de desgaste social, el paso hacia adelante es inminente y debemos actuar de forma inteligente para construir el nuevo proyecto. Esto configura ya una dificultad porque vivimos sumidos en un estado de semisueño, ignorando el peligro de la razón deteriorada, parcial. Para lograr un cambio debemos alejarnos de la comodidad y activar el pensamiento crítico. No podemos creer que actuamos al repetir una y otra vez, como si de un mantra se tratara, ideas preconcebidas en política o filosofía, poniéndonos una máscara de intelectualidad que resulta en su trasfondo una banalidad manipuladora, fruto de una gran crisis de identidad y de una pasividad intelectual. José López en su libro “Las falacias del capitalismo”escribe muy sabiamente que no hay pueblo más alienado que el que ni siquiera se pregunta el porqué de su alrededor. A esto yo le añadiría que más lo es aún el pueblo que repite las soluciones de la élite sin cuestionárselas en absoluto. Pero como dice un antiguo proverbio: “El hombre rico se cree sabio pero el hombre pobre inteligente lo desenmascarará” (no se alienará con él en materia teórica.)
Puesto que el sistema actual se desgasta, la revolución es la única solución para cambiar el mundo. Muchos autores coinciden conmigo en esta teoría. Por ejemplo, Mesarovic y Pestel concluyen en sus escritos que solo un cambio radical podría evitar una catástrofe. Lo mismo creía E. F. Schumacher y otros pensadores, sociólogos y científicos. Esta vez la revolución necesita los métodos del corazón y no del aleccionamiento político, ya que, como enunció el historiador y político Lord Acton, “El poder corrompe”. El proceso revolucionario es posible porque todos podemos tener, al menos, un enfoque común: la supervivencia humana. No se debe entender esto como un preludio tremendista sino como un análisis social basado en la evidencia de que la paz y el egoísmo se excluyen mutuamente.
Como punto de partida, debemos entender que la satisfacción ilimitada de deseos no produce bienestar ni es bueno para el bien común. De hecho, Marx ya observó que el lujo es un defecto. Igualmente otros pensadores como Erich Fromm cuestionaron la diatriba entre bienes materiales y personas, rechazando la máxima del progreso económico frente al progreso social. En su libro “Tener o ser” reflexiona sobre la diferencia entre lo que es bueno para el hombre y lo que es bueno para el sistema. Es difícil, pero debemos renunciar a lo que tenemos en favor del proyecto común, porque no podemos seguir confiando en la avaricia del sistema actual.
La rebeldía juvenil, mediante su insatisfacción, pone de manifiesto la necesidad de cambiar los viejos sistemas y demuestra también la atracción natural hacia la búsqueda de la sociedad nueva a través de la lucha. Podemos aprovechar esta euforia para consolidar mecanismos que incentiven la actitud crítica, el primer paso de la revolución coherente. La especie humana necesita tener algo por lo que luchar, necesitamos sentirnos útiles para nuestros semejantes y con nosotros mismos, lo cual se contradice con los sistemas aburridos, asumidos y mecanizados, que funcionan por impulso, como el actual. Incluso los animales realizan tareas difíciles sin recompensa. Víctor Frankl explica en su libro “El hombre en busca de sentido” casos reales de personas que sobrevivieron a los campos de concentración nazis bajo condiciones infrahumanas solo porque sentían que tenían una misión que cumplir, un hijo esperándolos o como el propio autor, un trabajo por terminar. También se explica así, el coraje de los soldados en las guerras, o los efectos del discurso de Churchill en el pueblo británico, pidiéndole “Sangre, sudor y lágrimas”. La nación se sintió motivada a pesar de la dureza de la petición. Para lo bueno o lo malo esperamos continuamente servir en algún proyecto. Solo tenemos que converger en un punto para avanzar. Quiero decir con esto que la revolución podría ser una manera de autorrealización paralela a la realización colectiva. La salud psíquica necesita ese equilibrio interior entre lo que ha logrado y lo que le queda por conseguir, por eso siempre habrá espacio para el cultivo de una sociedad intelectual bajo el proceso revolucionario.
Puesto que la revolución debe nacer desde el debate crítico, la unidad y la igualdad, la violencia es rechazada en el contexto revolucionario, de manera que es el pueblo el que se une desde el consenso y precipita automáticamente los cambios de orden. Los excluidos juegan un papel vital, son el motor del cambio y el diálogo es la base, será este último el que demuestre la necesidad de revolución y el que una a las masas. La asamblea debe formarse gracias a las aportaciones comunes, sin imponer las ideas. Bakunin habla del asesoramiento de los que conocen una ciencia u oficio, pero reduce la capacidad de decisión solo a la persona. Debemos concedernos el placer de decidir y de pensar, de no dejar que camuflen las ideas sencillas con complejidad accesible solo a una minoría para hacernos creer que no podemos opinar, acomplejándonos. Para no caer en métodos erróneos sería necesario establecer un equilibrio entre la individualidad y la colectividad. La revolución no debe ser agresiva físicamente sino intelectualmente, dirigida por una lógica humanista. La utopía corre peligro si no se concibe desde la unidad y la ética. Llegaría a convertirse fácilmente en distopía si el proceso revolucionario se lleva a cabo solo por la inercia rebelde. Puede ser tragedia si en lugar de abrir la mente, la ideología se convierte en religión y se alza por encima de la libertad personal que nos da la actitud crítica; es decir, si el modo se convierte en la meta. También si se lucha solo canalizando la opresión del viejo sistema en cualquier forma no definida ni premeditada. Esas no son las únicas maneras de invalidar la revolución, cuando el proceso deja de estar en favor del pueblo, también la revolución se pervierte. Tampoco debemos olvidar el error que se comete cuando nos exculpamos en una parte de la población para eximir cualquier culpa, sin contemplar los errores de la totalidad, porque el cambio de orden se convierte solo en un cambio de gobierno con las mismas ambiciones que el anterior. No vale de nada querer matar al rey si tú también anhelas serlo. Por último, es imposible esperar un triunfo si el nuevo sistema sigue asentando sus bases en el capital o en cualquier otro elemento que aparte el protagonismo de la esencia humana. Parte de estos errores explican la derrota de algunas utopías como la de la URSS, que seguía centrando su objetivo en el sistema económico, olvidándose a veces, de la formación crítica de su pueblo para convertirse así en un sistema burocrático enfocado igualmente al consumo, es decir, en un sistema inacabado que precisa el desarrollo de la dimensión trascendente. En el capitalismo, tener un móvil es una necesidad pero en el comunismo es un deseo. El sistema necesita resolver ese problema:si la población desea un móvil es porque aún no ha llegado a la conclusión de que los valores humanos están por encima. A esto me refería antes cuando explicaba que los sistemas deben ir acordes a los valores de la sociedad, y de no ser así, se debería ahondar en ellos para priorizar su fructificación.

En conclusión, la formación en los valores de bien común e igualdad son el primer movimiento de avance de la revolución y por lo tanto el camino hacia la sociedad nueva. Este proceso revolucionario es posible y necesario para la supervivencia de los pueblos porque la utopía en la que desemboca es una aspiración innata. Esta idea de sistema ideal ha de romper con todo lo establecido, por eso es revolucionaria. Además, el cambio debe partir del consenso, por lo que la violencia no tiene cabida. Es más, el sistema se deteriorará si no sigue la ética humanística.El miedo alienante de cualquier represión que logra mantener el orden bajo la sumisión, terminaría por desgastar la sociedad indistintamente de su inclinación política. Así, debemos promover un sistema sin puntos de retorno para que la injusticia no vuelva a instalarse al cabo de un tiempo de aguante. Llevamos la lucha escrita en los genes y será el hilo conductor de nuestra historia. En nuestras manos está que esa lucha forme parte del avance o del retroceso.     Ensayo de: Irene Mozo

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